Escritores sin pluma, cocineros sin gorro

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Un eslogan, un refrán o una reflexión de alguien apuntaba algo así como que dentro del caos está el orden.

Momentos para decidir, siempre hay; acertados o no, eso solo el tiempo lo dirá. Supongo que es como una apuesta a la ruleta: ¡rojo, impar y falta! Muchos, puede que lo entiendan; otros, quedarán desorientados. ¡Qué más da! ¡Un cubata y otro giro!

Hoy en día es fácil subirse al carro que hace unos años nadie quería ver ni de lejos porque había otros temas de interés, una apuesta segura y no un tirar de dados mientras los empresarios abrían restaurantes y en ellos un entretenedor de fogones, con la ilusión de un niño, hacía la mise en place la noche de inauguración; el jefe de sala repasaba la última copa, el equipo, alineado, esperaba con ansia ese debut soñado. Una mano con cuatro ases. ¡Gran época esa!

Cada uno en su lugar y los que opinaban tenían motivos y análisis para ello. Pero llegó el día, entró en juego la tele, sus programas de telerealidad, una máquina tragaperras con luces de neón que siempre tiraba monedas al sonido de tilín-tilín… ¡Faltó la reina para hacer una escalera!

Cuales ratas detrás del flautista de Hamelín, corrían muchos que en la mesa de dados apostaban al rojo. Muchos hablan de cocina, pero pocos entienden los términos napar, confitar, reducir o albardar. ¡Otro cubata y gira la ruleta!

Tristemente, aunque muchos que se han subido a ese barco me tilden de hereje, tarde o temprano las luces de neón se apagarán y ellos volverán a la mesa de póker con muchas fichas y los 8 marcados. Mientras, ese entretenedor de fogones volverá a atarse el mandil y a dirigir desde su cueva el servicio; el jefe de sala, con la corbata bien anudada, recibirá al cliente con una sonrisa y un acompáñeme, por favor, mientras los “juntaletras” se olvidarán de su portátil y el resto, que iba detrás del flautista, solo podrá decir aposté al trece.

¡Cuántos sueños rotos!, que decía Sabina, viendo pasar el último tren al barrio de la alegría sentado en mi escalera, silbando una triste melodía.

Si han llegado hasta aquí, ¡qué valor tienen! Pueden ir en paz ¡Larga vida a la vieja escuela!