Comer, ahí queda eso

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Langosta./ Manuel Expósito
Langosta./ Manuel Expósito

En primer lugar, es de recibo agradecer esa recuperación de nuestro patrimonio hostelero. A estas alturas, ya sabrán que cuando algo nos gusta no nos andamos por las ramas, espero que no se enfaden los grandes dinosaurios de la hostelería y del buen comer, algunos retirados y otros aún dando caña, mientras un adolescente se lamenta de que no chuta bien la “wifi”. Pero, aquello de que cualquier tiempo pasado fue “peor” cambia en función del color del cristal con que se mira y puede ser mucho “mejor” si pensamos en que los clientes estaban menos vacilados y eran más benevolentes. O eso me parece.

Con un camarero atento al mínimo movimiento o arqueo de las cejas, conocedor de los usos y costumbres de todos y cada uno de los clientes que flanquean el umbral de su puerta, suele funcionar este rollito nuestro. En estas cosas del comer vemos la mejora de lo que nos viene dado y de ese trabajo de forja de madres, abuelas y cocineros profesionales, desconocidos y olvidados. Es por ello que es algo al alcance de muy pocos privilegiados, tocados por el dedo divino, acometiendo proyectos nuevos con la ilusión del emprendedor recién licenciado y la energía desbordante de un titán que se las sabe todas.

La clientela es variopinta y acude entusiasmada hasta sus mesas a comer, desde gentes que se mueven por el centro de la capital por puro ocio, currelo o turisteo y quieren morder algo ajeno al sota-caballo-y-rey, hasta todos esos aficionados a la buena mesa que hacen el viaje para disfrutar de las últimas novedades más mundanas.

Decido escribir estas líneas a ver si puedo poner mi granito de arena en este “quién es quién” de la restauración y ayudar a que no nos den “gato por Kobe” y que el comensal aprenda que no es lo mismo una que otra a la hora de pagar el producto.

Como clientes, debemos ser conscientes de muchos factores que mueven esto del buen comer. Lo primero que tenemos que tener claro es saber qué tipo de local queremos visitar, no es lo mismo uno que nos oferta una Kobe que un añojo de la tierra; lo crean o no, estimados amigos, no es lo mismo ni la calidad, ni el precio. Por lo tanto, no podemos pretender que el precio del cubierto de una casa que nos da un producto de primera sea igual que el de una tasca del barrio, asunto bien serio que no requiere de más literatura, ¡Ahí queda eso!