En 2014, el cocinero con más estrellas Michelin se rebelaba contra ellas y no lo hacía solo. El artículo en sí señalaba: «Los 15 cocineros franceses más célebres, con Alain Ducasse a la cabeza, se rebelan contra las estrellas Michelin y para ello han fundado un colegio profesional, para reconocer y premiar la vuelta de la cocina tradicional, sana, natural y sin enjuagues ni artificios».
Otros cocineros españoles están siguiendo el mismo camino que nuestros vecinos franceses. Satisface terminar con tantos nombrecitos que rozan lo cursi, de tanta parafernalia y de tanta tontería y estupidez -esta vez no me disculparé, la idiotez es más interesante que la inteligencia, porque la inteligencia tiene límites, pero la idiotez, no-.
Restaurantes, hoteles, bares de tapas y hasta establecimientos de turismo rural son analizados por un equipo de inspectores que se encargan de otorgar (y quitar) uno de los mayores reconocimientos en la hostelería de hoy. Por todos es conocido que el hermetismo de Michelin es mítico.
Hace un tiempo ya escribimos sobre esa mención por la que muchos venden su alma al diablo en un cruce de cuatro caminos, todo por una guía creada por una empresa de neumáticos para indicar dónde se debería parar a comer en ruta y ya se ha vuelto un evento de mercenarios. Una cocina de vanguardia, creativa, de calidad y tan exquisita como la que reflejan los restaurantes galardonados por Michelin no es apta para todos los bolsillos, como era de esperar.
Para no meternos en líos innecesarios escribiré en primera persona, pero seguro que hay muchos como un servidor. A mí, seguro, no me la dan por dos motivos: el primero, porque no estoy en venta y prefiero el rollito familiar con mis clientes; el segundo, porque mi estilo de cocina es informal, moderna, divertida y dinámica, lejana a la rectitud de los restaurantes predilectos de Michelin. Hay una tercera causa, pero prometí no decir tacos, lo dejaré en que valoro más la opinión de un cliente que la de un anónimo que elige al dedo.
Lo dicho, muchos cocineros se van dando de baja de estas historias para no dormir y valoran más dedicarse a lo importante, que es el cliente de a pie; otros, porque saben que no todo el mundo puede pagar la pasta que sale un cubierto en este tipo de garitos galardonados y otros, por esos rumores cada vez más alzados de que una estrella cuesta 6.000 euros, aunque se supone que a los «críticos especialistas» de la Michelin ni se les compra ni se le soborna.
Termino diciéndoles que el diablo antes de ejercer como tal era un ángel.