A veces, solo pocas veces, algo me puede resultar confuso, indeterminado… No sabes muy bien como encaja mejor, pero lo desconcertante es que siempre me encaja. Me encaja siendo un forofo de las legumbres bien cocinadas (garbanzas, fabadas, habas) e, incluso, un inconfesable devorador de pescados y de carne. Siempre me encaja. ¡Qué desconcertante, sin duda!
No sé hasta que punto es sensato contar esto ya que mi credibilidad quedará en entredicho –tampoco se preocupen mucho- después de afirmar lo que afirmo, pues se deberá más a recuerdos de juventud, de cuando íbamos de parroquia en parroquia -perdona la referencia, Roque- que a sensaciones reales. Recuerdos de una fabada o unas garbanzas, sí; una carne asada, de cabra, y hasta -perdónenme los herejes- con una vieja guisada, también. El Marba Baboso Negro me trae de calle.
No suelo escribir sobre maridajes ya que, simplemente, intentar describir mis sensaciones ante los manjares de los que disfrutamos con los platos de nuestra cocina tradicional en Canarias ya me supone un compromiso de primer orden, sobre todo cuando decimos en nuestra web dónde se pueden y deben degustar. Pero, en este caso, simplemente se trata de catarlo después de cocinar en casa y acompañar lo elaborado con un buen vaso de este caldo untuoso, aterciopelado, grácil, fresco, negro y, sobre todo, con recuerdos de juventud.
Aunque parezca mentira, esta variedad de uva, baboso negro, es un zumo de dioses que una bacteria convierte en virtud de humanos que caté, por primera vez, en la isla de El Hierro. Fue un bombazo el Tanajara de la añada 2008 -si no, que Juan Jesús Méndez me corrija-. Desde ese momento lo tuve claro.
Pocas viñas y extensiones de viñedo se dedican a esta variedad de uva “divina” en las Islas siendo, sin duda, una de las que darían una relevancia extrema a nuestros vinos si se cultivase en mayor medida. Seguro.