«La cruda realidad» es una comedia romántica que une los destinos de dos personas totalmente diferentes: él, un tipo que usa un lenguaje vulgar para explicar lo que realmente le gusta a los hombres, que es capaz de adivinar, de un simple vistazo, lo que necesitan todos y ella, una romántica por naturaleza. Uno tiende a preguntarse qué carajo hacen aquellos dos en berenjenal semejante. Los blandengues dirán que suena a cosquilleo en la planta del pie y otros, los beatos, que recuerda a nombre abreviado de santo pasado por potro de tortura. Ser cliente crítico es una actividad poco arriesgada que tiene mucho menos de epopeya que lo que todos ustedes imaginan.
Para echar leña al fuego están los guionistas de Hollywood y todavía algún despistado piensa que las nociones básicas las aprenderá en televisión o en algún máster presencial, de esos que terminan en fraternal showcooking y, curiosamente, el mundo da vueltas como un tiovivo. Hoy, muchos profesionales que calzamos mandil parecemos payasos de feria con nuestros numeritos circenses, nuestras piruetas y las tontunas mientras en las fotos hacemos el chorra con el paccheris relleno de suspiros gelificado, todo cuesta abajo y sin frenos y ante nuestros leales clientes.
Hay sitios donde te hacen sentir como en casa, con un trato amable y simpático que se refleja en el carácter de su cocina, pero, aun así, escuchas un “no sé qué me pasa que nunca acierto”, “me habían dicho que aquí se come genial” o, aún peor, “la vecina del quinto nos lo recomendó”. Suelen ser las típicas frases del repertorio de muchos clientes. El cliente del que hablamos sabe de cocina, vinos, libros, cine, caballos y de otros placeres más carnales. Eso, señores y señoras, se vuelve cosa habitual en estos tiempos confusos llenos de pedorros hasta debajo de las piedras. Esto, querido lector, es la cruda realidad con la que comenzábamos este rollito de hoy. No solo lo parecen, que de cursis, tartufos, afectados, amanerados e impostados ya estamos hartos, sino que lo son, sin género de duda alguna.
Sean ustedes mismos, cuando salgan de ruta vayan preparados para una comida abundante y sabrosa, repleta de referencias literarias y recuerdos de viajes, fogones, canciones y pañuelos de seda de piratas mal encaradas, pero, sobre todo, pásenlo bien.