Doce uvas y un deseo para los cocineros

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Entremeses./ M.E.
Entremeses./ M.E.

La fiebre por ser chef crece desde hace un puñadito de años, sobre todo entre las nuevas generaciones, pero empieza a alcanzar cotas sospechosas. El año 2019 llegará cargado de más programas de telebasura, de esos en los que aparece peña que «cocina»; de fechas en las que premian a algunos «chefs», que se visten de gala cual futbolista en la entrega del Balón de Oro; también traerá a determinados críticos, una panoplia de estiradillos, cursis, lilas y resabiados que andan sueltos por ahí en busca de experiencias gastronómicas de alto nivel. 

Así pues, queridos amigos que se ponen frente al fogón, dejen a un lado la pose con cara de estreñidos y de comportarse, en “petit comité”, como auténticos lelos desnortados enumerando las fabulosas ocurrencias que parieron vuestros laboratorios este último año de genial y fértil creatividad. ¡Qué tontos de remate nos hemos vuelto! Actuemos como en los viejos tiempos, emborrachémonos de vez en cuando, hablemos de chicas y de tíos buenos, de motos, de coches, de fútbol y de cuántas paellas hemos hecho.

Lo único que al cliente le interesa en la mesa es la tranquilidad, el disfrute, la felicidad y que no le estén dando la vara traduciendo los nombres de la carta; quieren comer, disfrutar, pagar la cuenta y salir por la puerta con una sonrisa. Esto es el oficio, lo demás son chorradas. 

En los últimos años, la televisión y la prensa han hecho que el vecino y potencial consumidor se identifique con las personas que destacan en estos ámbitos, pero no tanto con el oficio como tal. Recuerden atarse el mandil a la cintura y, sin rueda de prensa ni presentación a los medios, hacer lo que más nos mola, que es ponernos a entretener a los fogones pensando en generar el gozo de los comensales. Uno no tiene nada en contra de ser cocinero, uno de los oficios más jodidos a la par que gratificantes del mundo, pero en todo este barullo mediático se está vendiendo mucho gato por liebre.

Hemos olvidado que el cocinero -sigo negándome a emplear la palabra chef- debe ser un crisol de conocimiento de la naturaleza, de las técnicas de trabajo, de la tradición gastronómica y de la interpretación del mundo y del entorno. Por eso, este trabajo se debe ejercer con eficiencia, saber estar y, sobre todo, tener en cuenta que el «prota» debe ser el cliente, actuar sin complejos ni falsas expectativas. Mi forma de entender este oficio es mediante una cocina mestiza, pero enraizada, teñida de los orígenes culinarios de los cocineros. Pueden poner papas y distintos mojos, que con estos mejunjes adquieren un punto interesante y nadie va a quejarse por no utilizar esas cosas que muchos no entienden en los nombres con los que se llenan las cartas.

A los incrédulos, mejor que hablen con sus clientes.