Acudir a un restaurante y comer aquello que nos motivó para sentarnos en su mesa suele ser el principal condimento para su elección. El cliente que acude a un establecimiento con prestigio gastronómico espera una relación calidad-precio en base a su cocina y a ese prestigio y el trato que los responsables de la sala deben dispensar.
Un ejemplo. Los comensales llegan, se saludan y se sientan. En ese momento, acude un primer camarero y sin entregar la carta ya les interpela si saben lo que van a beber. Soy de los que piensa que sin saber lo que comeré no sabré lo que me apetecerá tomar. Este fue el caso. En determinados locales de cierta categoría, como presumimos que lo es éste, la norma que rige es preguntar primero si apetece algún aperitivo -mientras los comensales se acomodan-, ofrecer alternativas y esperar el tiempo necesario para su consumo. Parece que los tiempos han cambiado.
Instantes después, un segundo camarero aporta las cartas y pregunta por el aperitivo. Pedimos una caña y una sin alcohol. Tras servirnos la bebida, una camarera sirve un entrante, cortesía de la casa: una croqueta con salsa mayonesa picante. Estaba buena, eso sí.
Hecha la elección de los platos y avisar de ello. De entrante, un rejo de pulpo a la brasa para compartir por los dos comensales; de segundo, una ración de arroz meloso de marisco en su punto con dos carabineros, dos chipirones y con un excelente fumé, también para compartir; de postre, dos raciones de tartas de queso con helado de pistacho. La comida, un diez, ni un pero en sabor, cantidad, calidad.
Esto, con dos servicios de pan, una caña, dos cervezas sin, dos copas de vino blanco y dos gin tonic (Gin Mare). Total: 92,60 euros.
Salimos con la impresión de que si hubiéramos estado media hora más nos hubieran echado, y eso que no había nadie esperando por una mesa. No les vamos a decir de qué restaurante de trata, discúlpennos, tanto podría ser por culpa de una mala dirección de sala como por unos camareros que tenían un mal día, pero este restaurante en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, sin sol ni estrella, está considerado como un lugar de alta excelencia.
Soy cliente habitual desde que se inauguró, hace casi dos décadas, y son innumerables las veces que me he sentado en su sala, pero creo que cada vez hay menos profesionales cualificados en ella. Para mí, la edad sí importa en el servicio de sala. Optar solo por jóvenes inexpertos por cuestiones económicas hace que algunos locales pierdan su “encanto” y los clientes empecemos a dejar de ser fieles.
Manuel Expósito, editor y director.
Nota: La imágen es a título alusivo, no corresponde con el producto ofrecido por este establecimiento objeto de esta crítica.