Hace décadas que el tema de la comida oriental nos atrapó. No entraremos a saco analizando las diferentes sensibilidades y maneras de captar el mundo, pero sí a entender una realidad, una bandera sabia del mestizaje y perfecta en su ejecución, puro sentido y sensibilidad.
Hubo un tiempo, que hoy nos parece lejano, en el que la comida oriental era completamente desconocida para cualquier occidental. Medio mundo coincidió en asegurar que es una de la más sabias, exquisitas y civilizadas. De entre las muchas cocinas extrañas, arrasan la japonesa y la peruana. Hace tiempo que la sabiduría y suntuosidad de las cocinas orientales nos atraparon y perdimos la cabeza adoptando sus técnicas más que precisas y sus métodos de trabajo, importando algunas de sus materias primas para integrarlas en nuestros fogones, para nuestro regocijo y alboroto.
Como saben los que me conocen, en mi carta tengo muchos platos de estos dos países y en muchas de mis «mesturas» utilizo productos y técnicas de ambas culturas. ¡Qué alegría para el organismo! Se trata de una cocina con mano de seda para feliz goce de todos los que se arriman a su vera. Y sí, tienen razón; me hace latir el corazón a mil por hora este rollito de cocina que les propongo, aunque, por suerte, les comento que hoy en día son una legión de glotones ávidos de pringue japonés los que se mueven por estos lares lejanos del planeta. Lo que más mola es que en estas cocinas hay fogón y cazuelas, pues, aunque parezca mentira, la cocina japonesa también tiene sus sopas y guisos. No todo el monte es orégano ni es “corte y confección” de pescados sobre bolas de arroz. No se lo esperaban, ¡eh!
Hay una frase de Brillat-Savarin -“el destino de los pueblos está escrito en su comida”- que, seguro, les ilumina un poco más sobre este rollito que quiero transmitirles hoy, una historia sabrosa, ardiente, que se cuece en lo sublime de lo crudo y que pone en liza infinitas texturas, sabores y productos en su más puro estado de sazón.
Muchos cocineros occidentales han utilizado estas técnicas y mezclas con sabia intuición de la cocina oriental, han sabido adaptarse a los gustos de su clientela que se muere de ganas por probar cosas distintas y originales, aunque daten de más de 3.000 años paseando por el mundo, o lean a Marco Polo y comprenderán de dónde viene la pasta que tanta fama ha dado a Italia.
¡No sean repipis, simplemente sean felices y despídanse con un arigatô! Mientras, voy a cenar un tataki con guacamole, solo por dar envidia.