Hemos repetido una y mil veces que la cocina es asunto serio para mujeres y hombres de raza, damas y barones rampantes chiflados por este oficio adictivo y puñetero en el que te quemas diariamente las pestañas a plena llama ante el fogón para lograr algo tan sencillo como endiablado: dar de comer lo mejor a los que asoman el hocico por la puerta.
Dejémonos de pamplinas y abandonen su papel de “alto cargo”, deshínchense, comprendan que tenemos un estilo particular de entender la gastronomía allá donde sea posible, adquirimos la condición de cocinero que atiza las ollas con esmero, preocupándose por extender una oferta de recetas clásicas interpretadas a la perfección por ese estilo imperante que arraigó rápidamente en la zona en la que nos movemos. Basta con fijarse a izquierda y derecha, en todas las casas vecinas. Así que no hay mejor noticia que la alegría en la caja y que el dinero se mueva para que pase en endiablada espiral por los bolsillos de todo hijo de vecino, que la pasta rule y que todo el mundo pueda pagar su hipoteca, cambiar de coche y de piso, si se tercia.
A esos adictos a los programas televisivos que dicen ser de cocina, los cuales no mentaré ya que no me pagan por ser publicista, les contaré que este oficio tuvo unos comienzos muy duros. Cuenta la historia que los cocineros en el siglo XVI fueron a menudo encarcelados y, en algunos casos, ejecutados debido a su libre pensamiento. Para evitar la persecución, algunos chefs se refugiaron en iglesias ortodoxas y fueron ocultados entre los sacerdotes de los monasterios. Otro de los factores que influyeron en esta profesión fue Escoffier (1846-1935), considerado el padre de la cocina moderna y el gran transformador del oficio. A él se le debe la reorganización de la cocina y los menús clásicos, así como la reorganización de las personas que trabajan en cada una de las partidas.
Como ven, no es un asunto moderno, no es el mundo de farándula y alfombras rojas que se ve hoy en día. Hace no muchos años, decir en casa que querías ser cocinero podía causar una sería discusión; hoy en día parece que se reza para que los críos quieran cocinar. Mi duda es si alguno de esos padres ha dicho a los chavales lo duro que es este asunto de entretener a los fogones, o las muchísimas horas que hay que emplear. Deberían plantearse seriamente todo esto y no dejarse llevar por el mundo de los focos y las alfombras rojas.