¡Cómo me gustan los tipos que se mantienen el margen de las tonterías! Dejémonos ya de pamplinas y abandonen su papel de “alto cargo». Hoy, el asunto no tiene el mismo significado para nadie, pero las personas nos alimentamos de recuerdos, miramos hacia atrás con nostalgia y escuchar un grito gamberro que reivindica vivir con las botas puestas. Les recuerdo que estamos en tiempos de diarrea mental y, aunque nos vendieron la moto de que el conocimiento y las tecnologías harían de nosotros hombres libres y prósperos, tengo la sensación de que tanto “megabyte” y botellita con botones nos está convirtiendo en personajes de novela de Julio Verne. Les diré (aunque a muchos no les guste) que este oficio puñetero no consiste en pegar pelotazos dando saltos con unas pinzas en las manos, colocando hierbecillas y contrapuntos acres sobre montones de ternera liofilizada mientras un Ferrari ruge en el exterior del local para llevarnos a por pimienta a Jamaica o a por sal al Himalaya.
Con este circo formado, los chavales quieren ser cocinerillos y sienten la llamada del sifón. Imagino a esos adolescentes (jóvenes cocineros) que no saben dónde se meten y que se empapan de todo lo que cae en sus manos sobre cocina, en vez de tomar unas birras con los coleguitas. “Inventan” recetas de recetarios y programas de tele, que enseñan lo generoso y divertido del oficio pero ocultan la realidad, la energía interna que hay que tener, los problemas que surgen como sandías durante un servicio, dormir poco, renegociar facturas y la alta tensión arterial que provoca dedicarse al noble y antiguo oficio de dar de comer al respetable. Pobre de los padres que piensen que ser cocinero de renombre es chasquear los dedos y tener un Messi del fogón con un poco de empeño. Donde estudien cocina sus hijos no es importante, la formación académica es un paso, pero no se coman la cabeza, pues lo realmente importante es que los chavales sepan dónde se meten.
Entendiendo lo real, o renuevan la vocación o se darán cuenta de que aquello no es lo que vieron por televisión. El oficio es ingrato y sanguinolento, quedan avisados. ¡Menudo papelón! La presión con la que vive un cocinero es difícil de imaginar.
Eso sí, los que superen estos asuntillos serán miembros de una verdadera cantera de jóvenes cocineros que salen de sus boxes con ganas de zamparse el mundo, defendiendo un estilo bien particular de entender la gastronomía, allá donde sea posible. Acabarán como muchos de nosotros, chiflados por este oficio adictivo en el que te quemas diariamente las pestañas a plena llama en el fogón para lograr algo tan sencillo como endiablado: dar de comer lo mejor a los que asoman el careto por la puerta. Cocineros que se aferran al fogón como Jack Sparrow a su Perla Negra, estofando contra viento y marea, llueva, nieve, truene o haga sol, entregados a su fiel parroquia de clientes, obsesionados por llevar hasta la mesa las mejores creaciones. Cuando uno peina canas bien sabe que hay amores a los que no queda más remedio que atender.
¡Larga vida al Rock and Roll!