Soy un intruso en estas lides periodísticas, un palmero del que su abuela, ahí, desde el cielo, les diría que a este cocinero de raza que gasta siempre una enorme sonrisa y se descojona del mundo sin complejos, porque hace tiempo que no pierde un minuto intentando pasar a la posteridad haciendo pajas mentales sobre el plato ni peloteando a los “críticos de pago” de turno, un rebelde, pero sin perder el sentido de la orientación. Creo ser de los que siguen pidiendo a sus compañeros de oficio que intenten salvar a la humanidad sartén en mano del descalabro del cambio climático, pues ya habrán visto que en nochebuena comemos sandías y en verano, castañas. Hagan entender a esos «chef» que nosotros, los cocineros cocineros, vivimos en esa alocada y desmedida noria que gira y gira, pensando que todos tenemos dieciocho años, con la curiosidad de practicante de cocina y los entresijos a prueba de bomba de neutrones. Recuerdo cuando el jengibre no lo conocían por aquí ni en las farmacias.
Si se preguntan de qué va todo este lío se lo contaré. Va de esos cocineros que se prestan a esos programas de «tele» en los que en vez de enseñar la realidad de este oficio, muestran un alto nivel de competencia y de puteo al compañero, cuando los cocineros somos más como una hermandad de bucaneros que en vez de poner rumbo a Tortuga nos vamos al bar de enfrente a tomar unas birras frías.
Queridos egochef, el problema está en que se han olvidado de dos cosas importantes: por y para quién cocinan, les recuerdo que es más importante el cliente diario que el crítico esporádico, y que ponerse delante de un fogón y divertirse, ver bailar el ajo picado o el «chop chop» de un guiso, que dice mi viejita, en vez de estar pendiente de una baja temperatura, de un sifón o un soplete para ver si en vez de un aplauso del comensal, arranco una estrella del…
¡Ojalá regrese la cordura a este oficio, que la diosa de los fogones le acompañe y no olviden que esto no es más que la humilde opinión de un entretenedor de fogones!