La mafia gastronómica

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© Manuel Expósito.
© Manuel Expósito.

Hace ya un tiempo les comentaba sobre las artimañas que muchos periodistas (por llamarlos así y no faltar), muchos «críticos gastronómicos» y un largo etcétera de vividores del cuento sobre la influencia mediática que rodea hoy en día este mundillo nuestro de la cocina, ejercen lo que ellos llaman publicidad a un establecimiento. No es que garanticen la afluencia de clientes, solo ponen unas fotos con un pie de página diciendo yo comí aquí. ¿A que mola? Lo que no informan a sus «seguidores» es que no solo quieren comer por la cara en determinados restaurantes, sino que te pasan una factura. El monto depende de cada «usuario»: unos, 300 euros; otros, 400 euros. Según su caché y el número de adeptos en sus páginas. ¡Dios salve a la reina!

Hoy en día, con el avance de la tecnología, los restaurantes se gastan un pico en páginas web, en un comunity manager (¡Uy! ¡Qué ganas tenía de escribir esa palabra!), en mercancías, sueldos, seguros y otro largo etcétera de gastos fijos que conlleva un restaurante. Pues, encima, ahora hay que poner un plus para los críticos gastronómicos, queridos compañeros de profesión. No sé si darán factura, lo que sí les aseguro es que no solo no se ponen colorados, se los prometo, sino que alguno entra en lo que se conocía como «la mafia», ¿Recuerdan las películas de Al Capone? Chantaje, extorsión… ¿No me creen? Busquen ustedes mismos el significado a esto: ¡si no aceptas que coma sin cargo, te pondré una crítica negativa en toda regla! Y así, unas pocas ideas más. Igual los pillan por fraude fiscal, como a Capone.

Queridos señores, sí, ustedes, «críticos gastronómicos» y un largo etcétera de vividores del cuento, respondan a estas preguntas: ¿Harían gratis su trabajo? ¿Creen que a los restaurantes le regalan el género utilizado en cada comida? ¿Saben ustedes realmente sobre esta profesión tanto como para atreverse a escribir sobre ella?

Hace un tiempo también, leí en un artículo que me recordó mucho a ese que escribí y les mencioné al principio de éste. Determinados cocineros ya están poniéndose en su sitio y denunciando estas mañas. Igual hasta se empieza a hacer público el nombre y medio de este tipo de personajes.

Cuando esta furia pase, creo que no solo muchos compañeros perderán su trabajo, muchos restaurantes tendrán que cerrar, pero a ver cuántos de estos «genios literarios» aparecen por esos restaurantes que tanto se muestran dispuestos a «ayudar» y tiran de tarjeta, entonces, para pagar su cuenta.

Recuerden, señores, el buen crítico no se identifica, paga su cuenta y luego, si tiene conocimiento de causa, escribe. En mi caso, espero que no me aburra lo que leo. A su vez el buen restaurante es el que hace por su cliente porque, a fin de cuentas, es por ello y para ellos por quienes nos metemos delante del fogón. No entren al juego de pagar por este tipo de «crítica», ya que si lo que escriben es bajo pago, evidentemente no dirán la verdad. Lo que se consigue es engañar a un comensal, que son los que pagan la cuenta. Ahí lo dejo. Diviértanse y disfruten.