Un paseo por La Palma puede dar para mucho si se va de pueblo en pueblo, de casa en casa y pasándolo bien en cada propuesta.
En esta ocasión cruzamos “el túnel del tiempo” rumbo a Los Llanos de Aridane. ¡Casi nada! El primer café de la zona (era muy pronto para arrancar con cervezas) fue en El Café de Don Manuel, como no podía ser de otra manera. Una forma diferente y divertida de entender este oficio.
Subirnos al coche con destino a Tazacorte. Por el trayecto, muchos locales reconocidos y con encanto, pero tocaba alma aventurera. El tiempo acompañaba y apetecía sardinas y cerveza cerca del mar. De eso, en La Palma hay algunos grandes ejemplos. En esta ocasión, nuestra originalidad quedó por los suelos: las terrazas estaban llenas de turistas que tuvieron nuestra misma apetencia.
Playa Mont, Monte Carlo, Teneguía, La Taberna del Puerto… Encontramos lo que buscamos: sardinas, y, de paso, encontramos albacora y queso asado. Con cerveza fría mirando a la playa y al Puerto de Tazacorte, el momento ideal para comer. ¿Nuestra suerte? Abril pareció verano. ¡Qué más se puede pedir! Por cierto, cerveza sin para el conductor. ¡Qué remedio!
Después de un paseo por tan ilustre pueblo, tomamos rumbo a otra zona turística: Puerto de Naos. A rematar la faena. Parada en Las Olas, una terraza de la cual podías saltar a la playa; unas vistas de este enclave con el hotel al fondo y a por sardinas fritas, ensalada, queso y una de calamares. Todo correcto, hasta el último pedido. Calamar es calamar, chopito es chopito y pota es pota. Nuestro único “pero” es que si se pone calamar y se cobra a 14 pavos no se puede poner otra cosa, no mola; pero, el resto, genial.
Al ser varios y pedir por raciones en cada lugar nos permitimos pedir variado para compartir, más o menos comandamos igual en cada casa. No les voy a explicar lo que es una ensalada o lo que son unas sardinas fritas (en todos esos locales dominan la técnica del asunto del mar), cerveza fría y un día para comer de una forma diferente, visitando varios lugares. Por cierto, todos hasta la bandera.
El servicio, como no podía ser de otra forma, muy amable y entregado a la causa. Creo que eso va en la forma de ser de la Isla, en sí.
No podíamos irnos sin algo dulce, así que nos fuimos al paseo a por helado artesanal en La Dolce Vita. ¡Fantástico!
Un día diferente acompañados por buen tiempo, haciendo turismo y probando las variadas formas de cocinar de diversos locales en la zona turística. Un plus: precios razonables con un paisaje espectacular.
Les recomiendo que hagan esto de vez en cuando en la zona costera de las Islas. Esta vez viajamos a La Palma.