Pensando ya en las vacaciones

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Playa de La Arena./ Cedida
Playa de La Arena./ Cedida

Pocas sensaciones hay más agradable o experiencia más placentera de libertad que caminar por una ciudad que no es la tuya. En algunos casos miras fuentes, balcones, estatuas; otras, museos, playas… A mí me satisface ver restaurantes. Entrar en establecimientos de distintas etnias y, si me dejan, ver cómo hierve la pócima mágica en las cazuelas, y, como no podría ser de otra manera, sentarme a la mesa, anudarme la servilleta y vivir la experiencia. Cada uno de vacaciones se divierte como quiere, así de sencillo.

Te has ganado tu merecido reposo del guerrero y, en menos de lo que tardas en chascar los dedos, el horizonte se despeja y se vuelve luminoso, la gula se abre paso por cada cavidad de tu cuerpo y un ansia casi infantil se apodera de ti, porque sabes que los minutos venideros serán de dicha, de goce sencillo pero arrebatador, porque no hay nada que estimule tanto la imaginación de un forofo como yo que la cocina, que es capaz de reconfortarte desde la pelusilla de la nuca hasta el meñique del pie.

Hay locales que no solo te presentan un abanico de platos currados con un sosiego y un sentido de la suculencia que es para alucinar, sino que ofrece un trato profesional, cercano y cero plasta, lo cual es como que te toque la Primitiva con el reintegro incorporado.

Lo escrito, cada uno se divierte como quiere. No hay tema más serio que olvidarse de los pájaros tecnicolores que pueblan las mentes de los egochefs y saber bajar al ruedo, es decir, anudarse el mandil a la hora que toca y a pie de fogón, con buenas dosis de valentía y pasión, estofar bien de mañana para que la suma de mil detalles formen una de esas cocinas que cuando la pruebas quieres repetir, asunto, por cierto, más puñetero del que se presupone.

Saquen pasaje, preparen el petate y diríjanse al destino elegido utilizando la más cañera de sus versiones, dispuestos a disfrutar como enanos en cualquier restaurante propuesto. ¡Saliendo de vacaciones!