Los chavales y la cocina

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Comedor pedagógico La Candelaria./ Manuel Expósito

La cocina vive hoy momentos de bonanza. Preguntas a los chavales y todos quieren ser cocineros, incluso antes que futbolistas, una profesión que casi requiere más vocación que para ser cura.

Largas jornadas laborales, cortadas, quemaduras, presión… entre otras historias para no dormir y que son una parte importante de esta profesión de las que se olvidan que en esos programas de la tele, como también de que «no se permiten días malos» (ya se los había dicho). Guste o no guste, es así. Otra cosa muy importante que no nos cuentan es el salario. Muchos chavales piensan que se nada en billetes de 500 euros a modo del Tío Gilito, pero no es así. Messi y Cristiano no son todos, solo existen unos pocos «elegidos».

Otra leyenda urbana en los últimos años es ese supuesto pique entre cocineros; desde que los que tapaban su receta secreta con el mandil se jubilaron, eso tampoco abunda. Pregunten a Juan Mari Arzak cuántas versiones han hecho miles de cocineros de su pastel de cabracho.

Otro rollito es cuando empiezan los chavales a descubrir estas cosas. Basta acudir a las escuelas de cocina, mirar las plazas solicitadas para el primer curso y comprobar cuántas hay para el segundo. Se sorprenderán.

Y termino con lo que un servidor valora: el tramo uno de este oficio es el sofrito y el culo de la cazuela. Ahí empieza la magia, no en los sifones ni en la gaseosa, se los prometo.

Si te dedicas a él, este oficio si seguro que será más adictivo que cualquier droga o las gominolas en forma de osito, pero siempre y cuando informemos de lo real, no sólo de la parte bonita de la que sólo unos pocos se benefician.

¡Señores, señoras, chavales! Bienvenidos al mundo del calor y que la diosa de los fogones los proteja. ¡Larga vida al rock and roll!